viernes, 28 de septiembre de 2012

Reconociendo la autoridad



Luc 20:1  Sucedió un día, que enseñando Jesús al pueblo en el templo, y anunciando el evangelio, llegaron los principales sacerdotes y los escribas, con los ancianos,
Luc 20:2  y le hablaron diciendo: Dinos: ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿o quién es el que te ha dado esta autoridad?
Luc 20:3  Respondiendo Jesús, les dijo: Os haré yo también una pregunta; respondedme:
Luc 20:4  El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres?
Luc 20:5  Entonces ellos discutían entre sí, diciendo: Si decimos, del cielo, dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis?
Luc 20:6  Y si decimos, de los hombres, todo el pueblo nos apedreará; porque están persuadidos de que Juan era profeta.
Luc 20:7  Y respondieron que no sabían de dónde fuese.
Luc 20:8  Entonces Jesús les dijo: Yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas.

Sin duda una de los aspectos que más conflictos traen a la vida de las personas es el reconocimiento de la autoridad, pues aun cuando creemos que nadie la ejerce en nuestras vidas podemos pensar que estamos bien delante de Dios, aunque esto sea cuestión de visión (nadie está sin autoridad), puede ser que no se vea que ejercen autoridad sobre nosotros porque se está sometido a Dios y no se siente o en el otro extremo porque ya no se quiere ejercer autoridad pues se da por perdido el caso y se espera que llegue a un desenlace fruto de lo que se ha sembrado.

Por este motivo muchos de nosotros siendo adolescentes quizá nos dejaran hacer las cosas a nuestra manera, pensando que esa etapa en la vida pasaría y posteriormente se volvería al camino correcto, el del reconocimiento de la autoridad y sometimiento voluntario, pues es el que trae beneficios. Por otro lado en la iglesia podemos sentir una diferencia significativa cuando no es por obligación o porque me pagan como en un empleo, sino por amor y esto es un proceso.

Cuando llegamos al Señor muchas veces no se entiende que la vida de obediencia es el único camino válido y bueno para que el hombre prospere, pero esto implica primero conocer al Señor, de lo contrario solo nos quedaremos con la autoridad ejercida pero sin aceptarla. Aceptar la autoridad comienza por conocer al Señor y ese vínculo si no se rompe nos ayudará a mantener la relación de sometimiento a su autoridad para beneficio nuestro. Aun en lo natural podemos ver que en los empleos reconocer la autoridad y el respeto trae frutos que llevan a depositar confianza y a delegar autoridad en aquel que la reconoce.

La autoridad puede reconquistar lo que se ha perdido, pues en la experiencia que acababa de ocurrir el Señor sacó a aquellos mercaderes del templo y luego seguía predicando allí al pueblo. Algunos podemos renunciar a esta bendición, pero aunque la hayan convertido en cueva de ladrones, el Señor puede sacar todo mal. Muchos templos se han perdido y la autoridad del Señor viene a restaurar su verdadero camino, pasando de cueva de ladrones a casa de oración, sin embargo existe siempre aquellos que no quieren este camino.

Quién eres para ejercer autoridad y quién te la dio. Las preguntas solo podían venir de aquellos que se habían visto afectados por el orden puesto en el templo, mientras el pueblo que recibía las buenas nuevas no tuvo ese conflicto. Por esto cuando nos sentimos mal por una decisión de la autoridad debemos pedir la capacidad a Dios para discernir, si el malestar es porque me afectó en algo material o en mi alma, si esto es así, ya estamos en camino para resolverlo, porque el Señor nos ayudará a salir de ese problema con la autoridad.

Si no queremos obedecer porque nos gusta la anarquía y el desorden, entonces primero cuestionaremos la autoridad la cual tiene dos aspectos claves para poder ejercerla, sin embargo aquel que no puede ejercer dicha autoridad se apoyará en esos aspectos:

·    ¿Quién eres para tener esa autoridad? Esto es clave pero, ¿quién es? no lo dice o no quiere valerse por ese título sino por su misma presencia. Alguien puede no decir que es el dueño de la empresa para tener más autoridad y saber quién hace las cosas por sí mismo y no porque lo vean.
·    ¿Quién te la dio? Siempre parece que es válida la pregunta pero no lo es, pues en este caso siendo Dios, no parecía muy fácil decir soy Dios y no necesito que me la den, o como Hijo de Dios decir mi Padre en los cielos me la ha dado. Los que preguntan están diciendo tu no la tienes, pero quiero ver quien está más arriba tuyo y voy a ver si me convence. Es claro que quienes preguntan es porque no quieren someterse, y una respuesta no cambiará esa realidad.

No podemos invalidar a nadie que el Señor le ha dado la autoridad, y los ministro a quienes se la han dado no quieren imponer su condición o título, sino tener la bendición que sea por amor, por reconocimiento, porque me conoces y sabes que no deseo tu fracaso, aunque no pese lo que tú quisieras.

En este caso los sacerdotes, escribas y principales no preguntaban porque estuvieran dispuestos a obedecer sino para encontrar una forma de debatir o invalidar la autoridad, por esto no podía decirlo, y ni nos imaginamos lo que los discípulos del pueblo podían entrar en conflicto pues podían ser débiles.

La respuesta es una pregunta. La sutileza era más que directa y pondría en conflicto a aquellos por el atrevimiento que tuvieron de cuestionar más que de preguntar. Muchas veces hay cuestionamientos donde tenemos que callar y no altercar, pero no porque no exista respaldo de Dios, sino porque estamos muy claros que lo importante es que el Señor nos reconozca y con esos no importará lo que digamos no serán convencidos.

La pregunta acerca si Juan bautizaba porque a él se le ocurrió hacerlo, en cuyo caso no existía autoridad auténtica para hacerlo y esto invalidaba su obra (esto significaba que era del hombre); o si venía de Dios, era una pregunta que daba respuesta a la autoridad, pues existe una autoridad suprema, que muchas veces por conveniencia el hombre no reconoce.

La respuesta de aquellos si decían que era del hombre el pueblo que estaba convencido que era lo contrario (venía de Dios), entonces perdían su respaldo porque el que no obedece a Dios está pendiente de los hombres, en este caso era crítico pues podían ser apedreados. Pero si decían que venía de Dios, entonces claramente quedaban en evidencia no eran obedientes a Dios.

Tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas. Escoger demencia, desconocimiento en la respuesta no nos exime de la responsabilidad. Ellos dijeron "no sabemos" pero esa mentira no exaltó al Señor como para regañarlos por eso, sino que simplemente dijo: yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas. Es otra forma de decir no soy yo el afectado, pues yo hago lo que el Padre me manda hacer y ni siquiera hablo lo propio, nosotros siempre seremos necesitados de estar sometidos a él, y de esa manera no tendríamos conflictos en nuestra alma.

Es sorprendente no perder la paz, ni exaltarse en las respuestas, porque esa tranquilidad servía para el pueblo y sus discípulos que necesitaban aprender, porque quien no entiende la autoridad no se puede obligar a que la reconozca. El Señor sigue en su labor y no se detiene, sigue predicando porque su autoridad trae beneficios a los que se quieren someter, nunca es obligatoria pues aún se mira la reacción del padre con el hijo pródigo, no se impone cuando ya no se puede hacer nada, era mayor de edad, y no lo podía o debía detener.

Solo los verdaderos hijos podemos someternos a la autoridad sin cuestionar la fuente o el título de autoridad, la iglesia crece con base en este principio, y el Señor no se salta la autoridad delegada, la respeta aunque tiene límite, mientras que la que viene del Padre no tiene fin, es completa y eterna.