lunes, 27 de febrero de 2012

Que pida Él por mí

Rom 8:26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.
Rom 8:27 Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.
Si el Señor nos preguntara a cualquiera de nosotros qué queremos de parte de él para nuestra vida, se podría conocer lo que pensamos y sentimos y nuestros deseos más profundos, y seguramente muchos de ellos no sean de ayuda espiritual a las necesidades reales.

Como personas nos cuesta aceptar que en algunas cosas no estamos capacitados para pedir bien, pues son áreas complicadas para nuestra vida y por tanto tendremos tendencia a equivocarnos. La inmadurez nos puede hacer sentir que somos bien capaces y la madurez por el contrario nos mueve a tomar en cuenta a Dios.

La renuncia a nuestra voluntad es realmente la llave para dejar que Dios nos ayude en todo, y aun a pedir por nosotros, este es un derecho que debemos ceder, no es obligatorio pero sí beneficioso, ni tampoco quiere decir que no debamos pedir, sino que esa petición esté bajo el dominio del Señor. Esto es parecido como cuando el hijo puede confiar en su padre para dejarle que decida por él; cuando niño esto no es conflicto pero sí lo es cuando se cree poder tomar todas sus decisiones.

Nuestra debilidad. La fragilidad del hombre y la mujer viene de su mente, su voluntad, sentimientos, o de su cuerpo, siendo esta última debilidad la que inconscientemente le damos importancia, pues nadie quiere ser o sentirse débil en estos tiempos de violencia, muchos quieren parecer fuertes y temibles a los ojos de los demás para que no les hagan daño.

Quizá la debilidad en nuestra mente puede venir de nuestra forma de pensar o de entender o de la percepción de la realidad, o de analizar las cosas que vivimos, y es lo que al final nos vuelve vulnerables. Aquí tenemos dificultad de entender lo que realmente debemos pedir a Dios, porque nuestra mente quisiera tener o conseguir lo que no conviene. Cuando carezco de algo y mi mente no pide como debe entonces mi mente trata de compensar eso que me falta, y no quiere esperar.

La debilidad de voluntad o carácter para actuar nos puede traicionar, pues cuando hemos decidido lo correcto, en la mente la voluntad hace lo contrario, decidimos hasta aquí (de acuerdo a lo que agrada a Dios), pero hacemos lo contrario cuando los sentimientos nos dominan. Creer que el Señor no va a cumplir, que no llegarán sus promesas, que no hay salida a nuestra situaciones, que estamos solos y que no le importa a Dios, mucho menos a las personas, incluidos parientes y los hermanos. Esta es la verdadera batalla que debemos librar.

Sentimientos de soledad pueden llegar no tanto en lo físico, sino en nuestras aspiraciones, sueños, y principalmente en la solución de nuestras necesidades, son las que pueden llevar a desesperación y sacarnos de la esperanza y de la paciencia. Bienaventurados los que pueden soportar la prueba porque es solo entonces cuando permitimos que el Espíritu entre a interceder por nosotros.

No sabemos lo que nos conviene o lo que es clave para nuestra vida, si lo supiéramos nos sentiríamos obligados a reconocer nuestras limitaciones o debilidades y quizá habría mayor disposición a que Dios se hiciera cargo de una cantidad de decisiones que hoy por hoy tomamos con la mejor intención creyendo que hacemos lo correcto. Nuestra fe y la salvación, pueden estar en peligro pues algunos al salir mal las cosas, no como las esperaban los aleja de la fe y pueden quedarse estancados.

El Espíritu intercede por nosotros. El Señor conoce nuestra debilidad, gracias a Dios, porque no nos deja solos en algo tan determinante. El Espíritu rogará por nosotros, por nuestras peticiones (que no están claras), pues los momentos de crisis no nos permite recibir del Señor su voluntad, entonces el Espíritu ruega para que obtengamos lo que nos conviene aunque nosotros no lo entendamos a la perfección, porque aun cuando decimos Señor haz tu voluntad, estamos sometiéndonos a cosas que en primer momento no entendemos como de beneficio.

Un nuevo lenguaje para el hombre es dado: los gemidos o suspiros, que no sabemos lo que dicen pero sabemos que son buenos porque nos quitan presión, nos dan tranquilidad como cuando decimos lo que teníamos que decir, donde ya no nos importa lo que venga después, la presión es quitada. En el lenguaje natural de códigos fonéticos tenemos diferentes niveles de comunicación, uno trivial, otro donde compartimos información de nuestra forma de pensar, aspiraciones, etc., y existe otro de intimidad que no se dice a cualquiera sino solo a la persona correcta, como con la pareja. En este último nivel nos permite conocer si hablamos bien, porque cuando no tenemos las palabras correctas vemos problemas, ahora imaginemos el lenguaje de los gemidos indecibles que son espirituales.

Estos gemidos indecibles significa que no se pueden expresar o traducir a palabras humanas por ser muy profundos, en un nivel donde nuestro lenguaje se queda corto, ya que nuestras palabras no alcanzan a expresar lo que debemos decir, esto es algo importante de analizar, que si no decimos lo que debemos decir con palabras, será más difícil expresar lo que no se puede decir con palabras.

Dios nos conoce a fondo. Lo que hay en lo más profundo de nosotros será tomado por el Espíritu, como la intención o inclinación mental o propósito con el que estamos. Esto plantea un área clave pues si no hay buena intención para permitir que el Señor obre en nosotros la intercesión será muy difícil. Se requiere de aceptar la voluntad de Dios como un niño que sabe que no tiene la capacidad para algunas cosas y permite que sus padres decidan por él.

El Espíritu hace la investigación en nuestros corazones porque de repente lo que decimos no es lo que sentimos, y tampoco es lo que realmente ocurre en nuestro corazón, esto por ser engañoso. Es aquí donde lo que necesitamos está en la intercesión del Espíritu que sobrepasa a nuestras palabras, sentimientos, y nuestro corazón, digámoslo de otra manera: nuestra carne. Esta es la ayuda más grande que podremos tener para que pidan por nosotros porque tenemos debilidad para pedir.