Sal 32:1 Bienaventurado aquel cuya transgresión ha
sido perdonada, y cubierto su pecado.
Sal 32:2 Bienaventurado el hombre a quien Jehová no
culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño.
Sal 32:3 Mientras callé, se envejecieron mis huesos En
mi gemir todo el día.
Sal 32:4 Porque de día y de noche se agravó sobre mí
tu mano; Se volvió mi verdor en sequedades de verano. Selah
Sal 32:5 Mi pecado te declaré, y no encubrí mi
iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la
maldad de mi pecado.(B) Selah
Sal 32:6 Por esto orará a ti todo santo en el tiempo
en que puedas ser hallado; Ciertamente en la inundación de muchas aguas no
llegarán éstas a él.
Sal 32:7 Tú eres mi refugio; me guardarás de la
angustia; Con cánticos de liberación me rodearás. Selah
Sal 32:8 Te haré entender, y te enseñaré el camino en
que debes andar; Sobre ti fijaré mis ojos.
Sal 32:9 No seáis como el caballo, o como el mulo, sin
entendimiento, Que han de ser sujetados con cabestro y con freno, Porque si no,
no se acercan a ti.
Sal 32:10 Muchos dolores habrá para el impío; Mas al
que espera en Jehová, le rodea la misericordia.
Sal 32:11 Alegraos en Jehová y gozaos, justos; Y cantad
con júbilo todos vosotros los rectos de corazón.
¿Cuáles
son las cosas que más nos cuestan entender? Sin duda no son las matemáticas, ni
otro tipo de aprendizaje que sea complicado a la mente, sino más bien lo más difícil
es el aprendizaje del corazón. Lo que el Señor nos quiere enseñar es diferente
muchas veces a lo que nosotros queremos aprender.
La forma
en que nos enseñará el Señor es variada, por ejemplo al principio cuando recién
le conocimos al Señor el aprendizaje era de una manera diferente a la que nos
enseña cuando ya hemos comenzado a madurar, esto es una bendición. El aprendizaje de una palabra del Señor y que se aloje en nuestro corazón para obedecerla, sería la
manera más amable pero también no muy común para muchos cristianos, porque de repente nos volvemos pesados para escuchar y obedecer.
Quien no
quiere obedecer tendrá formas diferentes de aprendizaje, así también existen
algunos aspectos de nuestra vida que tienen que ser cambiados y que están muy
arraigados, que necesitan de un aprendizaje especial, de uno práctico, de uno
que no se nos olvide, que podamos aplicarlo, y en extremos a veces no tanto por
los beneficios, sino por las malas consecuencias que hemos ya vivido, nos ayude a entender para no cometer los mismos errores.
¿Quién es bienaventurado? El rey
David habla de dos bienaventuranzas que seguramente él experimentó y que nos
ayuda a nosotros a entender mejor su diferencia, no son excluyentes entre sí
pues podemos tener las dos, que es lo ideal, pero alcanzar la segunda es una
verdadera seguridad para nuestra vida. Bienaventurados:
El que falla y es perdonado. Es
perdonado de su falta o transgresión, es decir de su revuelta física, moral o
espiritual; esto no es más que una rebelión de nuestra alma que no se quiere
someter a Dios, por esto el mantener conflicto en la vida con todo es
peligroso, que solo luchemos por lo que nos afecta en nuestra alma. Además esta
bienaventuranza incluye a aquel a quien le es cubierto su pecado, y esto es
como que nos cobijen y nos cubran lo que no se debe ver, pero a la vez viene a
llenar el vacío que ha dejado el pecado.
A quien no culpa de iniquidad. Primero
es de aclarar que no está diciendo que es alguien que no peca, sino a quien no culpa de maldad;
no es quien nunca falla, porque se puede equivocar o pecar, pero por el aprendizaje
ha pasado a ser de estos privilegiados. También hace una explicación más
profunda y es, que en su espíritu no hay engaño, es decir no hay negligencia ni
traición. Esto significa que cuando se hacen las cosas se hacen sin mala
intención, o sin premeditar nada, pero sin embargo se puede fallar aun teniendo
el corazón de David que era conforme al corazón de Dios. Haciendo referencia al pecado con
Betsabé, David traicionó a su subalterno militar Urías, que era el esposo de Betsabé, a todo su ejército (por que David no estaba peleando la batalla), al pueblo (pues no estaba gobernando para ellos), y principalmente a Dios por desobedecerle; mas sin embargo el Señor le limpió su corazón, lo cambió como para llegar a decir que es bienaventurado.
El rey
David por esta razón habla de cómo envejecieron sus huesos y su vida misma,
porque gemía aunque no se arrepentía, porque se puede gemir en el pecado y no de arrepentimiento, y todo se
convirtió sequedal, sin verdor, sin sentirle gusto a la vida. Esto fue así
hasta que declaró su iniquidad, es decir reconoció que había maldad y la
confesó; el Señor perdonó la maldad de su pecado, aquí lo que está diciendo es
que había iniquidad en su corazón, traición, maldad, no solo le fue perdonado
el pecado sino que se fue a la raíz del problema porque de lo contrario
corremos el riesgo de reincidir y no hay corrección del problema.
El entender nos hace bienaventurados. Entonces
para alcanzar a ser de los bienaventurados que no son culpados de iniquidad es
necesario que entendamos lo que el Señor nos habla. La palabra enseñar que se
usa en el salmo proviene del hebreo “yará” que significa fluir en una
dirección, o señalar con el dedo, es mostrar como con una saeta. Esto significa
que el Señor nos quiere señalar hacia donde tenemos que agarrar a la hora de
tomar nuestras decisiones.
Nos
mostrará el camino por donde debemos andar o mejor dicho cómo debemos andar,
porque no es un camino físico sino una forma de vida ante diferentes obstáculos
o situaciones que no sabemos superar, y que quizá hemos estado perdiendo el
tiempo o al menos estancados en lo mismo.
El Señor
entonces nos señala o enseña, y esto nos habla que debe haber una respuesta del
lado nuestro, pues cuando entendemos se vuelve algo que tiene propósito y sentido, algo
deliberado o adrede de nuestra parte, no es solo por estar en una iglesia. Este
es el punto de anclaje cuando lo que nos enseña no es simple información sino
que es un propósito a nuestra vida al cual queremos seguir.
El andar
como él quiere nos dará un camino de prosperidad, puesto que vamos donde él nos
quiere llevar y no donde nosotros deseamos, y ahí vamos seguros por una simple
razón: porque sobre nosotros fija sus ojos, es decir nos estará viendo todo el
tiempo, y esto no es más que seguridad sobre nosotros. Cuando niños caminábamos
seguros mientras nos miraban nuestros padres, o montábamos en bicicleta, y nos
sentíamos ayudados, cuánto más por el Señor.
Un llamado a la cordura. El Señor
apela a nuestra cordura para que no seamos como el caballo o el mulo que no
tienen entendimiento, es decir que aunque les señalen por donde tienen que ir
al final lo hacen y llegan a lo mismo pero a través de la fuerza a través del
cabestro y freno.
El
cabestro nos dirige y da dirección, es decir el caballo se le tiene que decir
hacia dónde pero con fuerza o molestia (así se acerca a también a nosotros), no porque le señalen con el dedo, sino que hay un
malestar cada vez que se le guía, y aunque este no es el propósito de Dios,
porque nos podemos curtir o acostumbrar de tal manera que después no vamos a querer
obedecer a Dios, cuántas cosas nos han servido de cabestro en la vida.
El
cabestro direcciona pero no es suficiente para algunos pues a pesar de eso nos vamos por camino equivocado y necesitamos freno para que nos digan no; asimismo si
vamos rápido nos tienen que frenar para que no nos maltratemos o estrellemos,
porque aunque sea un buen camino si se quiere correr podemos ponernos en
peligro. El freno es con dolor no hablando, sino haciendo fuerza donde nos
duele, en el caballo debajo de la lengua, pero a nosotros ojalá que en ningún
lado.
Los rectos
de corazón, los íntegros, los que caminan derecho, manda el Señor a alegrarse
porque la misericordia nos rodeará siempre, pero el impío el que no actúa con
rectitud, y en quien hay maldad en su corazón tendrá que sufrir hasta que se
aprenda a caminar. Nosotros podemos distinguir que hay una gran diferencia en
el caballo cimarrón al caballo entrenado que aunque tengan la misma naturaleza
lucen distintos y actúan distinto.
La pregunta es ¿hasta dónde queremos llegar a ser?
Queremos ser bienaventurados que solo se nos ha perdonado nuestras transgresiones y cubierto su pecado (esto es lo mínimo pues el que no está aquí quizá no ha conocido al Señor), o bienaventurados que
además de esto también no se nos culpa de iniquidad porque nuestro espíritu es sin
engaño y sin traición.
Dios
quiera que al menos tengamos la primera bienaventuranza, pero bueno es que
además tengamos la oportunidad de que a través de la enseñanza aprendamos a
caminar en el Señor para que no se encuentre culpa de iniquidad en nosotros. El aprender a caminar es lo que sin que nos demos cuenta el corazón nos habrá sido cambiado, no desmayemos.