miércoles, 9 de mayo de 2012

La impotencia que consume


Texto: Sal_69:7-14; Jua_2:16-17
Sal 69:7  Porque por amor de ti he sufrido afrenta; Confusión ha cubierto mi rostro.
Sal 69:8  Extraño he sido para mis hermanos, Y desconocido para los hijos de mi madre.
Sal 69:9  Porque me consumió el celo de tu casa; Y los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí.
Sal 69:10  Lloré afligiendo con ayuno mi alma, Y esto me ha sido por afrenta. Sal 69:11  Puse además cilicio por mi vestido, Y vine a serles por proverbio.
Sal 69:12  Hablaban contra mí los que se sentaban a la puerta, Y me zaherían en sus canciones los bebedores.
Sal 69:13  Pero yo a ti oraba, oh Jehová, al tiempo de tu buena voluntad; Oh Dios, por la abundancia de tu misericordia, Por la verdad de tu salvación, escúchame.
Sal 69:14  Sácame del lodo, y no sea yo sumergido; Sea yo libertado de los que me aborrecen, y de lo profundo de las aguas.

Cuando se tiene un encuentro con Dios a través de su hijo Jesucristo y se tiene una conversión verdadera, trae cambios a nuestras vidas que son innegables y nos transforman trayendo beneficios que van más allá de nuestro entendimiento. Esta realidad nos hace darnos cuenta que lo que hemos recibido en grande, sobrenatural, eterno y nos percatamos que estos beneficios deben estar en nuestros cercanos, familia, amigos, y aun los quienes no lo son se acerquen al Señor y experimenten la transformación que hemos recibido nosotros, porque les amamos. Nos preguntamos ¿por qué no puede también otra persona si yo lo recibí?

Existe presión cuando los que se acercan no reciben beneficios de Dios y pareciera que están estancados, esto lo sentimos porque amamos. Los cercanos que llamamos quizá se acercan a su manera a Dios, y no obtienen ningún beneficio, sus vidas siguen igual, no hay frutos ni cambios que quisiéramos ver que obtuvieran, se hunden. Cuando los que se acercan lo hacen a su manera, sin hacerlo de corazón, no alcanzan a comprender la forma de vida que Dios quiere que tengamos, una vida en santidad, de respeto a Dios, haciendo todo el esfuerzo para agradarle, pidiendo perdón por las faltas y buscando acercarnos a él. Como el hijo prodigo que viviendo en la casa del Padre, no había entendido el amar de su padre.

Confusión del justo. Cuando aquel que ha nacido de nuevo, es decir aquel que es espiritual y no carnal, mira que otras personas no cambian, aunque Dios ha sido bueno y ha hecho milagros o les ha dado señales que deberían ser suficientes, trae confusión. La preocupación por otros no siempre es tenida en estima, sino por el contrario puede traer afrentas, porque cuantos padres han sido despreciados por sus propios hijos por preocuparse, y hasta ofendidos por entrometidos, los límites son difusos, David dice que ha estado dispuesto a sufrir por amor al Señor la deshonra de los que ama.

Los cristianos se vuelven infructuosos para Dios por la confusión que llega a sus vidas porque no se entiende por qué las personas que amamos no cambian o no se ven los frutos que esperamos, y la confusión se acrecienta porque pareciera que la palabra no funciona para ellos, cuando nosotros sabemos que el Señor no falla.

Hermanos que se dejan influenciar por la mediocridad de otros, y quieren vivir de manera liviana, pero más temprano que tarde son llevados a dificultades en sus vidas, que esperaban que automáticamente por asistir a una iglesia de vez en cuando sería una vacuna infalible a los problemas, necesidades y conflictos que casi siempre son materiales y hasta carnales.

El que ama al Señor es el que recibe deshonra o reproche porque hasta le dicen que es un entrometido, cuando lo único que se ha querido hacer es ayudar porque alcanza a ver la desgracia o el peligro en el que ama, quien no acepta ninguna ayuda, porque ahí sí pide el respeto a sus derechos y a la no intromisión, esto puede causar mucho desgaste y la confusión con el Señor, porque le preguntamos por qué no se acepta la ayuda, y por qué no hay frutos en sus vidas.

Me desconocen los conocidos. De todo esto nos damos cuenta que existe un desconocimiento de aquellos a los que deberíamos de estar influenciando, y a otros que se encuentran lejanos a ellos sí estamos ayudando. Esto se refiere a la cercanía en cuanto a confianza, pues los que nos conocen bien pareciera que no alcanzan a ver la realidad y no se dan cuenta que le amamos, sin embargo los que apenas nos conocen muchas veces pueden confiar.

Pero, ¿en qué áreas viene el desconocimiento? Si vemos que este salmo lo escribe David, entonces podríamos decir que lo vieron como extraño sus propios hermanos y cercanos, quienes a pesar de conocerlo por años y pertenecer a la misma familia no le conocían de verdad. No confiaban en él como si no le hubieran visto todos los días frente a ellos ayudando a su padre, siendo responsable y enfrentando los riesgos y peligros de un pastor de ovejas.

Esto suele desconcertar a cualquier ministro que conociendo su vida, muchos prefieren confiar en el extraño, en el lejano y no en él, que conocen su vida, su familia, los detalles de lo cotidiano y aun lo mejor, la respuesta a sus problemas y necesidades. Algunos cuentan al extraño que no les puede ayudar, hasta las intimidades que no debe revelar, y quien les ama y puede bendecirles de parte de Dios se comportan desconociéndonos.

Que el Señor nos dé la confianza que un día podrán quizá reconocer las bondades de vivir cerca, así como el hijo pródigo se dio cuenta que en la casa de su padre el jornalero vivía mejor que como él estaba, entonces toma la decisión de volver. En esto podemos notar que el padre no le fue a buscar, sino que era él quien tenía que tomar la decisión de volver, porque aunque estemos dispuestos a dar todo por amor, la otra parte tiene que aceptar ese amor. Desgraciadamente los que están en pecado están tranquilos culpando a aquel que les ama y quiere ayudar, porque no alcanzan a ver su destrucción, por eso culpan a quien les ama de su mal proceder y destino aunque no tengan nada de razón, atreviéndose hasta a chantajear (material y emocionalmente), quizás al único que se preocupa por ellos.

La impotencia por el celo. Cuando David veía los problemas en aquellos que amaba, se daba cuenta que era impotente, porque la solución no dependía de su intervención o de su oración, sino de lo que cada uno tomaba como decisión. El Señor sacó a los cambistas y comerciantes del templo, sabiendo que de seguro volvería a hacer lo mismo, sin embargo dejó manifiesto su posición y esto no era en vano para sus discípulos que como dice Juan el apóstol: el celo de tu casa me consume; esto significa que aun en la impotencia se puede actuar con la guianza del Señor.

Las personas que David amaba quizá no estaban acompañándolo espiritualmente, sino que podían estar cercanas por otras razones. El padre del hijo pródigo fue impotente cuando su hijo decidió salir de casa, pero no podía actuar porque lo echaría a perder. Hasta en los momentos de impotencia tenemos que tener fe de que el Señor les ayudará a reconocer aun si tengan que tocar fondo como el hijo pródigo.

La impotencia, el no poder hacer nada, aunque se pida al Señor que tenga misericordia, aparentemente nos hace a la mayoría quedarnos solo de observadores pero disponiéndonos a recibirles, y a perdonarles. Esta espera es lo que consume, desgasta, es lo que nos puede devorar, esta forma es la más común, nuestra posición después de ser desconocidos por las personas, sin embargo David hizo otras cosas a pesar de que hablaban de él. El padre del hijo pródigo estaba allí esperándolo, no estaba en cama enfermo por el desgaste, consumido emocionalmente, sino de pie esperando para seguir amando, y volver a comenzar, a ayudar, cubrir, y devolverle su lugar, pues el que regresa es por algo.


David oraba, ayunaba porque como hombre podía hundirse en el lodo de la impotencia, porque muchos son consumidos por las enfermedades derivadas. Sobreponerse a esto era la misión, porque nos podemos involucrar más de lo que debemos y llegar a sucumbir. La oración, el ayuno, la súplica son necesarias para que nos permita el Señor actuar como se debe. Muchos cristianos se están consumiendo y aunque puedan creer que es lo correcto porque el amor es muestra que lo hacen por el celo de la casa del Señor, esto no necesariamente es así, porque en nuestro caso debemos estar libres, que no nos acabe, ni que nos meta en luto eterno porque estaríamos dejando que consuma nuestra vida completa sin movernos a la acción de Dios. Debemos liberarnos y no quedar atrapados en el lodo de la incomprensión y creer que por el amor hacemos lo correcto y nos estemos hundiendo.

No se debe dejar la oración primero por nosotros para tener siempre la libertad de Dios y así alcanza a ayudar aunque sea en el último momento para esta gente necesitada. El hijo prodigo no llego con condición de hijo sino de siervo a la casa de su padre, restauración hay para el que quiere, por eso no podemos estar hundidos, porque entonces no podremos ayudar a restaurarles. El padre del hijo prodigo debía estar fuerte libre para perdonar y amarlo en el tiempo oportuno de Dios.